la novela
 
La Mendiga de Amor
 
© Svetlana Danielle  Deon 2003 © Retro 2006  San Peterburgo - Rusia

Capítulo I

El primer día de la otra vida

(el segundo fragmento)

traduccion de   Dolores Meroño Pellicer

 

Una vez calmada, me he alejado  del cuadro y permitido volver a imaginarme en mis pensamientos aquel bar, visitado hace cuatro meses. Rómochka, al haberme olvidado completamente,  se quedó fijamente atraído por un nuevo aparato de videojuegos, el cual apenas alcanzaba ni puesto de puntillas. Observando, como mi hijo, pelirojo, se acercaba de una forma muy diligente a una pareja, que estaba sentada a la mesa al lado del aparato, y como se apoderaba de una silla, sin haber petido su permiso, me alegré por él: «Ese no va a pedir perdón por todo y a todos, como yo». Cuando castigan por nada, como a mí, libremente empieza uno  a sentirse culpable, y sin hacerse la pregunta, de qué y ante quién? Si castigan a uno, es porque se lo merece. Entonces, es culpable.

De verdad, estabamos  malcriando a Rómochka. «A nuestro  primogénito y al único», - como solía burlarse de mí, Kolia, sin imaginarse hasta qué punto él tenia razón.

Rómochka percibía nuestro salvaje amor por él  casi indulgentemente. Estaba para sí solo, nunca me abrazaba y me daba la mano en la calle, sino solamente a su papá. Sólo a mi marido Kolia. Al nuestro Kolia. Y ahora parece que Kolia le pertenece sólo a él.

He apartado la mirada de los jinetes hacia la chimenea, con la esperanza de que eso me permitiera dejar de  pensar en Kolia, en otro caso me empezaría a doler todo el cuerpo y no bastaría solamente con un  dolor  en el  hombro izquierdo. A Kolia le gustaban los caballos y siempre soñaba con tener uno, blanco y hermoso, sólo para él, y no tener que ir los fines de semana al establo en las afueras de la ciudad. Pero,  no le alcanzó el tiempo…

Kolia era un aficionado al  ajedrez, dedicaba horas y horas a ese oficio, frente a un antiguo juego de ajedrez de marfil o junto a su ordenador, lo hacia cuando salía a currar o a participar en algun torneo. De otras figuras los caballos se distinguían por su color. Rómochka he heredado esa pasión por los caballos e imperceptiblemente escondía las figuritas de caballos en sus escondrijos. Nos veíamos obligados a comprar otros nuevos hasta que aparecián los secuestrados en floreros de cerámica, en mis zapatos o, incluso, en una caja de detergente que estaba en el cuarto de baño… No toleraba los juguetes. Hemos logrado una vez interesarle por los cubos, empezó de esos a construir pirámides, «como en Eguipcio», pidiéndonos que le compraramos «tliángulos». Pues, nunca ha aprendido a pronunciar  la letra «R».

En Lóndres, camino a Rusia, le compramos una pirámide eguipcia en miniatura. Él no se separaba nunca de ella,  en el hotel la colocaba en su mesita de noche junto a la cama. No llevamos los cubos, pues ya los debe haber olvidado… «Para qué montar… «pilámides", si ya existen? ", - se reía Kolia. Ese siempre bromeaba. Se ponía serío, hasta desconocido, solamente  cuando jugaba. Y también, cuando nos quedábamos a solas.

Pero, Rómochka, «el pequeño príncipe», como le llamábamos en secreto a nuestro pensativo chiquitín, al contrario, era muy serio.

A menudo, Rómochka  se "sumergía" en sí mismo, como si  estuviera ausente. Más bien, no estaba presente en nuestro mundo. Es que  era aficionado a las estrellas. Una vez, cuando el cielo se puso muy nublado, se ha enfurruñado y preguntó: «Y cuando las «estlellas» no se ven, es que no alumbran? O se van del cielo?»  Nos ha  desconcertado a ambos, y entonces Kolia me echó una expresiva mirada muy suya y prendió un cigarrillo. Y sin levantarse entonces de la mesa, como lo solìa hacer,  («para no fumar en presencia del niño»), se puso serio, así como se poniá él durante los torneos: "Si algo no se ve, - no significa que eso no exista, - nos lo explicó a ambos. - Cierra los ojos, jinete, - está oscuro, verdad? – no hay nada. Sin embargo, nosotros, mamá y yo, estamos aquí. Estaremos y estás. Simplemente, no nos ves. Y las estrellas, esas siempre están  presentes en el cielo, sólo ahora no se ven, - Kolia, satisfecho de sí mismo, me mira con interrogación y me pregunta: «Es correcto lo que digo, Vera, amor mio?», - inclinándose hasta mi oreja. Su mano caliente y húmeda se ha detenido en mi cuello  todo ese largo instante, mientras  Rómochka esparcía por el platillo su helado derretido.

Luego, ha fruncido de nuevo las cejas y de repente pregunta a Kolia: - Entonces, eso significa, que cuando yo no estaba, es que sí, existía, pero no me veían, es así, capitán?  Kolia ligeramente me aprieta el  cuello con los dedos: - Y bien, que  dirá la mamá ahora? He meditado. Entonces, a los dos ya nos quedaba claro que era inutil hablar con nuestro Rómochka, como que con un niño. Aquel momento él tenía cara de un adulto, un poco cansada, hasta  me pareció que nuestro hijo sabía mucho más que nosotros, y que aparentaba ser mayor que los dos juntos.

 





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